30 de noviembre de 2020

La Boa y Yo

Autor: Dr. Juan Garcés

No hay peor suerte en el mundo que nacer arácnido, escorpión u ofidio… Cualquier bípedo desaprensivo se cree con derecho a pisotearte, darte una tremenda machucada, o caerte a palazos. Los arácnidos y escorpiones nunca sobreviven a estas agresiones, pero los ofidios a veces lo hacen. El bípedo desaprensivo tiene ese instinto de matar por diversión, por miedo y hasta por ignorancia y, lo vemos desde muy chico armado con su resortera y matando a gorriones, mirlos y palomas.

Transcurría el año 1991 cuando conocí al herpetólogo francés Jean-Marc Touzet, quien enamorado de la fauna silvestre ecuatoriana se quedó a vivir en Ecuador y, en 1989 fundó la Fundación Herpetológica Gustavo Orcés y su emblemático Vivarium de Quito. El Vivarium es un centro especializado y dedicado al cuidado de anfibios y reptiles (varios de los cuales habían sido requisados a traficantes de especies exóticas, otros recogidos en la selva, y otros más que habían sido lastimados o heridos por agresión humana).

Cuando Jean-Marc se enteró que yo era radiólogo me propuso que ayudase a la Fundación con la toma de radiografías de sus “bichos”, yo acepté al tiro y me convertí en radiólogo de sapos, culebras y lagartos. Comenzaron a llegar a mi consulta tortugas mordisqueadas por lagartos, iguanas con fracturas de sus largos dedos por tropezones en la selva, y culebras heridas a palazos; ninguna herida o lesión era un accidente, todas eran provocadas. Una tarde, la Fundación me envió una joven boa hembra dentro de un saco de yute, había sido agredida y deseaban conocer si tenía alguna fractura. Con mucha paciencia la acomodamos en la mesa radiológica y le hicimos una radiografía, felizmente no encontramos ninguna fractura; su cabeza, su columna y sus costillas estaban sanas. Para mí, la radiografía de la joven boa salió una belleza, me sentí como el fotógrafo que encontró el mejor ángulo, el mejor manejo de luz, y echó el disparo en el mejor momento, logrando una fotografía como para ser exhibida, como para ser publicada.

Entonces recordé que “Radiology”, la revista de la Sociedad Norteamericana de Radiología, tenía una sección llamada “Interlude”, en la que se publicaban radiografías que no tenían valor diagnóstico pero sí valor artístico, entonces envié la radiografía de mi boa al Dr. Stanley S. Siegelman, Editor de Radiólogy, y le adjunté una nota en la que le manifestaba que a mi boa y a mí nos gustaría que la radiografía fuese publicada en su revista. Una semana más tarde recibí la contestación del Dr Siegelman, en la que aceptaba la publicación y me pedía que cediera los derechos de propiedad de mi radiografía a la revista, contesté afirmativamente y desde ese momento comenzamos a esperar la publicación. Pasó un mes… Dos meses… Tres meses… Nada… Entonces vino a mi mente una brillante idea, le enviaré al Dr. Siegelman una misiva amenazadora.

Dibujé una caricatura en la que presentaba una Boa constrictor sobre un escritorio devorando a una persona, en la pared de la habitación se exhibía un título de “Radiology Editor” y, en el piso, una caja de madera enviada desde el Ecuador. Como no soy buen dibujante, pero sí un buen crítico, no me gustó para nada mi dibujo, por lo que entonces llamé a mi amigo Antonio Velasco, médico y dibujante, para que rehaga mi caricatura (lo cual hizo estupendamente bien). Entonces procedí a enviar la caricatura adjunta a esta carta:

El Dr. Stanley S. Siegelman, en contestación inmediata, me pidió que cediera la propiedad de la caricatura a la revista, en meses siguientes se publicó la radiografía de mi boa (Foto 1) y la caricatura dibujada por Antonio Velasco (Foto 2).

Foto 1. Cortesía de Dr. Juan Garcés

Foto 2. Cortesía de Dr. Juan Garcés

A los pocos meses de que la radiografía de mi boa fuese publicada en “Radiology”, ella cambió de piel y se puso pipona… Estaba preñada… Lo que eufemísticamente llamamos los humanos “embarazada”. Un buen día la Fundación envió a mi amiga boa para que le realizara una ecografía de su embarazo. Tenía su barriga abultada y en su interior encontramos 18 boitas enrolladas en posición fetal; cada una dentro de su saco gestacional donde se identificaba su cabeza y columna vertebral (Foto 3). Cuando en el examen ecográfico utilizamos la Modalidad Eco Color, constatamos que todas las boitas se encontraban vivas, sus corazones latían y sus arterias circulaban sangre a todo el largo de sus cuerpecitos (Foto 4).

Pasaron unas semanas mi amigo Jean Marc me llamó por teléfono, me invitaba a que fuese a conocer a las 18 boitas que ya habían nacido. Estos animalitos recién nacidos son hermosos, vienen al mundo con la forma del cuerpo de sus padres pero con un cachito de cordón umbilical en el centro de su panza. A los pocos días tuve la oportunidad de hacer una radiografía a una de las boitas, no encontramos nada malo (Foto 5).

Foto 3 (izquierda), Foto 4 (centro) y Foto 5 (derecha). Cortesía de Dr. Juan Garcés

Las boas son seres bellísimos por ser ofidios y, en gran parte, por sus singularidades. Cuando vemos su largo cuerpo no es cilíndrico como el de otras culebras, tiene cuatro lados (parecido a los tubos de hojalata que bajan las aguas lluvias por las paredes de las casas viejas), al tacto se les siente como de hule frío, forradas por una funda seda escamosa con trazos de diferentes colores diseñados por un dibujante chino. Está escrito que todas las culebras reptan, de allí su nombre reptil, pero las boas parece que no reptan, parece que se deslizan sobre unas rueditas invisibles que el creador puso en su panza, avanzan en la selva con su boca semiabierta lamiendo el aire con sus dos lenguas, recogiendo y saboreando microscópicos pedacitos de su alimento.

Las boas se preñan y paren; parecido a lo que hacen nuestras mujeres, se ponen piponas pero sin mostrar estrías en su piel, que al no ser elástica debe cambiarse por una piel más grande; por lo que mientras están embarazadas usan un vestido maternal. Sus embarazos son siempre múltiples, pero no gemelares de mellizos, trillizos, ni siquiera de quintillizos, sino de más de quince boitas; cuando se rompe el saco de las aguas cada boita sale por la cloaca de su madre.

Han pasado 29 años desde que conocí a mi amiga Boa, en ese tiempo ella tenía seis años, se reporta que las boas en cautiverio pueden vivir más de 30 años, si mi amiga vive sería una ancianita… Tampoco he vuelto a ver a mi amigo Jean-Marc desde hace muchos años, pero sé que el Vivarium sobrevive exitosamente y es el hogar de muchas otras boas que continúan llegando por culpa de los bípedos desaprensivos.